Una peque en brazos de su papá que la besaba intensamente, un chicoco llorando entrando a radioterapia quizás por cuánta vez y hoy un chico de unos 8-10 años, peladito y con mascarilla, apenas subía los dos o tres escalones que hay a la entrada del centro. Mientras esperaban el ascenaor, su mamá besaba el gorrito que tapaba su peladita y lo abrazaba con unos brazos gigaaantes de mamá osa como para no querer entregárselo a este enfermedad macabra.
Sé lo que es tener un hijo con riesgo de muerte, pero no hay ninguna experiencia previa que me haga dimensionar siquiera un ápice del sufrimiento que llevarán esos padres diariamente.
Ellos, los niños, merecen toda mi admiración. Tal vez no se den ni cuenta de cómo o cuánto luchan luchan y luchan por mejorarse. Quizás con qué fuerzas, quizás sin siquiera darse cuenta qué tan enfermos están.
Los niños deberían ser inmunes al cáncer.
Los niños deberían ser inmunes al cáncer.
Quisiera no sentir pena, porque quiero que todos ellos se mejoren, pero está difícil no ponerse triste hoy.
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